Las obsesiones malsanas son muy dañinas si no estamos acostumbrados a las emociones fuertes. Entonces, Zheian iba de mal en peor.
―Mira, Syanae, seré clara… quiero…
―¿Una plancha de cabello? ―la diseñadora esbozó una enorme sonrisa, pero recordó que la zombi ya había tenido una, que ahora estaba en el basurero público.
―Verás… Hace un tiempo, conocí a una persona que ahora sé como ubicar. Y para hacer lo que quiero, necesito estar en ―señaló vagamente su cuerpo a medio podrir, sus ojos decolorados ―, otra forma.
―Ay, la pequeña Zheian está…
―No digas la palabra. Sólo es una obsesión malsana.
―Entonces, dices que quieres, ¿ser humana de nuevo? ―alzó una ceja. Eso era algo francamente descabellado. Invertir el proceso de muerte en el estado en que estaba sería un reto para incluso el más experimentado de los hechiceros.
―Exacto. ¿Conoces a alguien capaz de hacer eso?
Su colorida amiga tenía contactos con cierto hechicero. A pesar de lo mucho que le costaba pedirle un favor, a pesar de lo poco que le interesaba su vida social, había mencionado el tema en una cena en la que, por primera vez, tuvo consideración con la gata y se limitó a observarla comer, tragando saliva. Ni cuando corría sangre por sus venas le habían gustado las golosinas… le producían asco.
Al final, luego de algunos ruegos (o lo más cercano a ello que podía decir Juliette), había dicho un nombre con una dirección, aún sin estar convencida del todo.
Andaba optimista como no había estado hace mucho.
El camino hacia el supuesto despacho del fulano parecía ser erróneo. Todo lo que veía era una casa enorme, que ni con mil vidas de trabajo podría pagar una persona común. O ella necesitaba ver más mundo, o ese lugar hacía ver a la bonita casa de suburbio de Syanae poco más que una tienda de campaña. Le gustaron los árboles plantados en lo que podía visualizar de la entrada, la reja antigua que contrastaba con la tecnología de comunicación, el olor a costa en el ambiente.
Tocó el intercomunicador de la puerta; casi inmediatamente hubo respuesta, como si hubiesen estado muy cerca.
―Buenos días, ¿quién es y qué desea?
―Me llamo Zheian, vengo a buscar a…―leyó la nota en su mano ―, Philipxai.
―Un momeeeento.
Era una voz infantil, aguda, pero sin embargo bastante seria. Miró fijamente las puertas de madera pulida de la mansión hasta que un personaje pelinegro se materializó frente a ella. En ningún momento se abrió nada, pero vino a su mente lo que la wocky había dicho: “No esperes nada demasiado común de él, detesta los medios normales de… transporte, por así decirlo, y eso incluye los pies.”
―Así que tú eres Juliette.
―¿Ella te habló de mí?
―Sí, de hecho todo el tiempo habla de ti, pero… ―sacó de su jean una botella con un líquido azul eléctrico, con gesto de desaprobación ―, no entiendo por qué quieres hacer esto, pero, estoy apurado. Te recomendaría que la bebieras cerca de un lugar que tuviera espejo. Es más… cierra los ojos.
Al abrirlos, estaba en su cuarto.
Ella sola.
Le dio algo de miedo.
Ahora…Abrió el frasquito, tomándose todo el contenido de un trago.
Sintió que algo en su cabeza le daba una descarga, al igual que en el pecho, en la lengua. Como si comenzara a hervir lo poco que quedaba de sus órganos vitales, quemando su putrefacto interior con aberrada saña.
No pudo aguantar más y se desplomó sobre la cama.
__________
Alguien gritaba. Una chica; conocía esa voz demasiado bien; era la misma que cuando decapitaba usukis, que cuando tiraba al piso joyas sin querer queriendo…Sólo que estaba diciendo más groserías, cosas que apenas se sabía, como si estuviera frente a una especie de violador que hubiese irrumpido en su cuarto.
―Cállate, Sya ―murmuró, levantándose mientras se sobaba la cabeza ―, mierda, eso dolió… creo que caí sobre algo.
―¿¡ERES TÚ?! ―el grito más agudo que jamás había escuchado resonó en el cuarto, haciéndola resoplar. No recordaba cómo había llegado allí, cierto, pero ¿por qué el…?
La joven arco iris sostuvo un espejo mediano frente a ella.
Zheian soltó un grito agudo, que hizo temblar la lisa superficie, uno que hacía una eternidad no recorría su garganta.
No había rastro de la piel cetrina. Ahora su tez era de un moreno lustroso, tan suave como cuando estaba viva… Sentía latir el corazón en algún lugar de su cuerpo, pero estaba demasiado anonadada detallando sus ojos. De nuevo eran de ese intenso tono chocolate, lo único que le gustaba de su apariencia cuando era niña, enmarcadas por las abundantes pestañas. El cabello estaba tan suave y alborotado como siempre… pero, además (le satisfacía internamente), el recuperar masa muscular también había hecho que recuperara “otros” atributos. El vestido estaba ligeramente más ceñido a su cintura, que ahora no era tan… seca.
―Sí que eras bonita.
―Espero él piense lo mismo…Mira, necesito ropa que sea diferente a lo que uso. Y algo de maquillaje.
―¡Tengo justo lo que…!
―…. Tampoco me emociona la idea de estar como una piñata.
―Oye, que yo sea excéntrica no significa que vea a todos así. Pero, primero date una ducha.
Ella asintió, cogiendo una toalla que jamás había usado de las gavetas del armario antes de correr al sanitario. La sensación del agua correr por su cuerpo era casi mágica, pero ya serían las nueve. No tenía demasiado tiempo.
Estaba esperando con cierta renuencia que la wocky llegara a su cama con el típico estuche de maquillaje gigantesco que usaba con ella misma, así que se sorprendió un poco al notar que sólo traía delineador líquido y un lápiz labial rojo, además de algunos instrumentos cuyos nombre desconocía. Desenredó con cariño su cabello, acomodándolo en suaves bucles que caían sobre su espalda, ayudándola a vestirse de modo que no los estropeara. Ese era un conjunto especial.
Al terminar, dio media vuelta para admirarse en el espejo.
El vestido se ajustaba como un
guante a su cuerpo delgado, que quedaba algo arriba de las rodillas. Sus piernas torneadas se notaban más estilizadas por el par de pumps rojos, que contrastaban de una manera genial con la tez morena, al igual que los labios. Se sentían lista.
Caminó sin despedirse hasta el taxi que la esperaba en la entrada.
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El bar era un lugar mitad rústico, mitad refinado, un local cercano al cementerio que reunía a toda clase de criaturas sin escrúpulos, dispuestos a apostar la sangre ajena en un juego de póker. Su antiguo aspecto, con otro atuendo, hubiera encajado bien.
Pero esa adolescente morena y esbelta que taconeaba con gracia no pudo evitar atraer múltiples miradas, aunque no lograba localizar a la única que le interesaba.
Se sentó la barra, ordenando un clericot con toda la naturalidad posible.
Tomando en cuenta que su madre había sido una especie de barman, sabía bastante de bebidas alcohólicas, aunque le gustaban pocas en realidad.
Tardó tres tragos en encontrarlo en una esquina. Estaba solo.
Había sido un lío localizarlo definitivamente; casi había tenido que contratar un detective privado, y lo hizo, sólo que este, bueno… digamos que no habían encontrado todos sus pedazos.
Sicctore se movía de manera insustancial, de repente existía, de repente no. Pero había frecuentado ese lugar durante las últimas dos semanas. Probablemente fuera, incluso, su última incursión al mismo. Decidida avanzó con su copa en la mano hasta la mesa, sentándose frente a él. Luke bebía de una cerveza con desgana, pero alzó la mirada ante su inesperada acompañante.
―¿Dónde está el guarda del mausoleo? ―murmuró la joven sonriente, y él abrió los ojos de sobremanera, contagiándose luego de su sonrisa.
―Así que conseguiste la forma de estar… viva. Que interesante.
―Supongo ―se encogió de hombros ―, aunque, no vine a discutir de mis nuevos sentidos, vine a llevarte a mi casa. Un taxi nos espera…
Sus carcajadas resonaron en el lúgubre lugar, aunque eran breves, secas.
―¿Para qué…?
―Si quieres saciar tu curiosidad, acompáñame.
Luego de algunas otras palabras de suaves insinuaciones, Luke accedió a acompañarla, subiéndose al automóvil con gesto cansino. Recorrieron en silencio el camino hasta la urbanización donde estaba su hogar. Las casas eran todas iguales; pintadas de color crema, dos pisos, un lindo jardín con decoraciones trilladas...
…Todas, exepto la suya. La vivienda era (se podía distinguir aún en la noche, estrellada por cierto) de un tono azul intenso, con tejas en rojo carmesí. La entrada estaba decorada con decenas de flores silvestres en múltiples colores, además de la puerta, cuyos pies estaban decorados con un tapete que ponía algo en francés.
Él se reía de manera burlona. Le dijo que se sentara en el sofá de su preferencia, yendo por algo de licor a la cocina.
Volvió apenas Sicctore cogió asiento.
―Bien, te traje aquí porque necesito un favor tuyo ―murmuró de manera muy directa al terminar de servirse la copa de vino y la de Luke. El no bebió, sencillamente encendió otro cigarrillo con despreocupación.
―No me jodas, niña, no te debo nada ―dijo el muchacho, indiferente.
Para ser más específica, Juliette se bajó con delicadeza los tirantes del vestido, dejándolo caer al piso con un leve golpe sordo. El conjunto de ropa interior era azul intenso, revelador pero que dejaba algo a la imaginación; No podría decirse que no era menos sensual por el tono, por supuesto que no.
―Interesante favor.
―Ya, tienes razón, pero, ¿estás dispuesto a concedérmelo?
―Anda, dilo.
―¿Qué diga qué?
―Lo que quieres.
―¿Es jodidamente necesario? ―inquirió alzando una ceja. Un ligero rubor se asomó a su rostro, algo apenas perceptible.
―Sí, sino piensas hacerlo… olvídalo.
Zheian torció el gesto y la cantidad de sangre en su cara se intensificó, pero no llegaría tan lejos para rendirse ante la incapacidad de pronunciar una frase.
―Creo que es más que obvio que quiero acostarme contigo.
Él se rió, decidiéndose por fin a tomarse todo el vino de un solo trago, para luego dejarla sobre la mesa otra vez. ―Me resulta divertido que tengas pena de decirlo… ¿Ahora mismo?
No pudo evitar llevarse una mano a la frente, halándose la cara hacia abajo. Esa si qué era una pregunta la mar de estúpida, además, el hecho de estar medio desnuda sin hacer nada estaba comenzando a incomodarla un poco.
―Nooo, Luke, ¿cómo crees? Te traje a mi casa a las once de la noche, te di licor y me quité la ropa para que jugáramos monopolio ―la risa burlona del chico le irritó un poco, más al hacerlo entre dientes.
―¿No eres muy niña? Luego me dirás que te duele.
―¿Acaso la tienes tan grande o sólo presumes, como todos los hombres?
―A poco te asustarás ―el chico aún se reía, divertido por su expresión.
―Da igual. Si te traje a mi casa es porque estoy dispuesta a lo que sea. ¿Por favor? No sé rogar.
―¿A lo qué sea? Creo que a veces no sabes de qué soy capaz… Pero ya lo has dicho, ¿eh? Ruega.
―No lo sé. Y cómo te dije antes, no sé rogar. Fóllame. POR FAVOR.
―Puedes hacerlo mejor. Esfuérzate.
La estaba poniendo a escoger entre la dignidad y la obsesión que llevaba tanto en su cabeza, de hecho, la única obsesión que había tenido en toda su existencia, viva o no. Entonces recordó que la dignidad, al menos, era recuperable.
―Dame ideas, Luke.
―Intenta seducirme, niñita.
―Seducirte. Bien.
Eso era aún peor que rogar. Sin embargo, trató de calmarse con el cigarrillo. Ahora estaba tratando de visualizarse desde afuera. Con ese conjunto azul intenso debía verse, cuando menos, bonita.
Así que aunque dieran asco sus intentos, bien podría intentarlo, total, no tenía nada que perder.
―Vamos, Luke…exhaló el humo a la nada, esbozando una sonrisa que, pretendía, fuera coqueta -, además…―deslizó con gesto despreocupado la mano hacia su entrepierna muerta. Bien, eso era en definitiva nefasto.
Intento número dos; ahora le tocaba actuar mejor. Si tantas veces en sus obras de teatro favoritas las protagonistas podían hacerlo, ¿por qué ella no…? Volvió a soltar en suaves nubes la bocanada, moviéndose por el mueble hasta situarse a horcajadas entre las piernas que antes había acariciado. Su sonrisa se había tornado más real entre sus labios carnosos, más juguetona.
―Además, ¿te atraigo, no? Anda, admítelo… sino no tendrías esa cara rara ―no encontraba otra palabra para su expresión, entre divertida y otra cosa que no entendía. Con una pericia que no sabía de dónde salía, llevo las manos a su espalda, desabrochando el sostén con un audible “click”. Ahora, era su decisión retirarlo o… no ―, satisface una de las fantasías sexuales de la mayoría… Acuéstate con una chica seis años menor que tú.
El chico se contagió de su sonrisa, retirando con delicadeza el cabello sobre sus hombros para retirar el brasier. Sus ojos brillaron al tener entre sus manos los suaves senos de Juliette, que se contuvo de soltar un grito cuando el joven se llevó a la boca uno de sus pechos, succionándolo con una lentitud agobiante. El cigarrillo había perdido su lugar de honor y ahora se consumía en el piso lentamente. Pero por una vez, aunque le guste
mucho esa sensación, ella quiere probar otra cosa, algo que quería desde el día que lo vio en el cementerio.
Con decisión retiró la cabeza pelirroja de su pecho, para subirla a su boca y darle un beso. El aliento era exquisito, además, parecía tener experiencia besando, porque reía ante el desespero de la
niña, que tampoco movía mal los labios.
Era exquisito. No había ni rastro de romance en ese contacto, sólo un deseo, un fuego que la estaba carcomiendo por dentro como jamás lo había hecho.
Adoraba esos labios fríos, tanto sobre los suyos como en el resto de su cuerpo.
Sonrió bajando las manos hasta la camisa del fantasma, desabotonándola con ademanes desesperados. Como si hubiesen encontrado un tesoro, repasaron los contornos de su pecho, de su abdomen definido, deseando tener más manos para tocar más allá. Ahora sin vergüenza fueron bajando hasta llegar a la cremallera, que estaba casi debajo de ella, tomando en cuenta que estaba sentada sobre Sicctore. Podía sentir la creciente erección.
―Mierda, si la tienes grande ―gimió separándose un momento de sus labios, a lo que el pelirrojo sonrió de manera petulante mientras Juli se levantaba para bajarle los jeans. Los zapatos se los había quitado el mismo, ¡qué cómodo!
No pudo evitar relamerse los labios, a pesar de que él susurro algo parecido a “te vas a ahogar si lo intentas” al adivinar sus intenciones.
―Moriré feliz.
Terminó de retirar el bóxer.
Ella no sabía demasiado de miembros viriles, pero si, por alguna razón, volvía a tener sexo, con alguien más, ese sería el más atractivo que había visto. No era sólo presumir por presumir, [i]la tenía bastante grande[/i], pero estaba dura, toda dura. Al parecer, el mito de que el que la tenía grande no sabía usarla era eso, un mito. Antes de cogerla entre sus dedos medio temblorosos, le dirigió una mirada directa a los ojos. Los orbes rojos brillaban de una manera incitante.
Entonces, abrió la boca e introdujo cuanto pudo en ella, lentamente. Había leído sobre el tema en internet, porque no pensaba meter la pata así fuese su primera vez, mucho menos con Sicctore, pero este se veía…apático. Fueron pocos minutos.
―Ya, suficiente ―dijo el pelirrojo, empujando su cabeza hacia atrás. La ayudó a
Levantarse suavemente, acariciándole el torso con la misma delicadeza fría. Luego
la acercó a su cuerpo desnudo para besarla de manera casi agresiva. Ella correspondió igual, pero, ese contacto duró poco ―. Vayamos al grano ―susurró, riendo burlonamente.
―Ah… eso…Es que…bueno…―hablaba entrecortadamente, con la respiración entrecortada por la excitación ―, yo soy virgen.
―Ajá, ¿y entonces? ―alzó una ceja, mirándola indiferente al suspirar.
―Es que…el dolor da igual. Pero me enfadaría sino me gustase.
Él se apartó un poquito de ella ―Tú lo pediste, ahora, sufre ―volvió acercarse para susurrarle al oído, erizándole la piel ―, sino quieres me iré y ya… se me hace tarde.
Sicctore se alejó aún más que antes, queriendo ver hasta dónde podía llegar.
Pero ella no estaba dispuesta a perder todo ese esfuerzo por sus dudas idiotas.
Claro que él sabía hacerlo, le gustaría, además, si con su sólo contacto se ponía de esa manera, le turbaba imaginárselo dentro de ella.
―N-no. No te vayas ―musitó, arrojándolo decidida sobre el sofá. La visión de su cuerpo despojado de ropa era casi embriagadora ―, haz lo que quieras conmigo.
―Eso sería interesante, pero no. Tú empezaste, así que tú haz lo que quieras… con ambos.
―Es que yo no sé qué hacer, sólo tengo una vaga idea de lo que quiero hacer.
―Entonces hazlo y yo te corregiré.
Juliette suspiró, antes de abrir más las piernas. ¿Le dolería…? En sus investigaciones, la decisión era unánime: aunque la lubricación fuese suficiente, siempre habría algo de dolor. Ella exploró con los dedos de la mano derecha su entrepierna, recordando con un intenso sonrojo que aún Sicctore la estaba mirando. Este soltó una risa entre dientes por su comportamiento.
―¿Y cómo demonios meto esto?
―Que interesante forma de saciar tu curiosidad. Pues… como te parezca, como quieras.
―Idiota.
Sin saber muy bien que estaba haciendo, cogió el falo como cuando tenía intenciones de comérselo, sólo que esta vez lo introdujo en sí con un notable gesto de dolor. A pesar de ello, no se detuvo. Le excitaba, de algún modo, la indiferencia de Luke… Seducía la manera en que sus ojos brillantes contrastaban con la expresión gélida de sus facciones delicadas.
―Pues algo así debes hacer. Ahora déjame a mí.
La aplastó contra su cuerpo y continuó lo que la niña estaba haciendo, pero con cuidado, ni quería que le doliera… o al menos, no esta vez. No tardó, con el tamaño, en encontrar el obstáculo del placer. Tanteó un poco; no estaba demasiado fuerte. De un solo empellón pudo romperlo, pero Juliette no pudo contenerse. Soltó un grito agudo que hizo eco en las paredes agudas de la casa.
Estuvo a punto de detenerse, pero en la cara de la niña se formó una sonrisa de oreja a oreja, a la vez que se mordía el labio inferior.
―Más fuerte.
―Tú sí que eres masoquista ―murmuró, pero se contagió del gesto y obedeció a su petición. El antiguo sofá crujía bajo el intenso movimiento. Extrañaría esa sensación, aquella del calor, de la fricción… extrañaría el placer que no podía sentir siendo un insensible cadáver ambulante.
Gemido tras gemido, la chica disfrutaba las embestidas del chico, cuyas manos se explayaban en recorrer el resto de su anatomía, acompañadas de los finos labios. Sus movimientos ahora eran bruscos, menos delicados que antes, pero no llegaba a hacerle daño, más bien, le agradaba bastante.
Sin avisar siquiera, sintió que tocaba el cielo con la punta de los dedos, y algo en su interior la hizo adivinar que no era la única, aunque, a pesar de que la respiración agitada junto con los ojos brillantes lo delataban, seguía teniendo una expresión unánime. Se mantuvo sobre él a pesar de que todo había acabado, reconfortada con la suavidad de su piel.
―Ya acabó ―le recordó el muchacho, aunque lo único que hizo fue coger del suelo el paquete de cigarrillos para sacar uno.
―Supongo que sí. Estuvo bien.
Él se encogió de hombros, mientras Zheian buscaba en su cerebro alguna excusa
que lo alejara temporalmente de su ropa. Entonces oyó como el encendedor
chasqueaba sin producir ninguna chispa.
―Hay fósforos en la cocina.
Sin decir palabra, Sicctore se levantó del sofá, quitándosela de encima con una
delicadeza nula, rumbo a la habitación que, creía, era la indicada. Con toda la prisa
del mundo cogió el bolígrafo bajo el asiento, garabateando en una servilleta
errante que se había colado entre los cojines lo más rápido que le daban sus
temblorosos dedos. No podía extenderse demasiado, no tenía ni tiempo ni espacio
suficiente, debía limitarse a lo puramente escencial, lo que necesitaba leer.
La metió en el bolsillo del jean antes de que el fantasma
apareciese, con la droga en la boca. No tenía mucho que decirle, así que
tambaleante se incorporó, con una vaga sonrisa en el moreno rostro.
Le dio un beso en los, por el momento, cálidos labios apenas retiró el cigarrillo de
su boca, uno más largo que todos los que había dado esa noche.
―Gracias.
Con esas últimas palabras subió las escaleras al tiempo que su corazón se detenía.
Estaba consciente de que el efecto se agotaba… aumentó la velocidad de sus
pasos. Quería darse una ducha antes de que las células nerviosas dejaran de
funcionar. Él observó su delgada fisionomía hasta que desaparecía al final del
último peldaño, sin que voltease ni una vez.
―De nada, niña ―susurró Luke en voz muy baja, saliendo por la puerta. Había
avanzado unos metros cuando fue a guardar sus cigarrillos en el bolsillo. El trozo
suave pero rígido de papel llamó su atención. Estaba doblado de manera tosca,
con un encabezado que ponía “Leéme, hijo de puta”. La caligrafía era curvilínea
pero irregular, escrita a lo mamarracho; tenía excelente ortografía, eso debía
concedérselo.
"A pesar de tu rostro gélido sé que te gustó tanto como a mí, aunque no espero
Que lo admitas, sólo me gustaría repetirlo.
El sexo no necesita amor, no estamos enamorados y ojalá siga así todo, porque ni
tú ni yo nacimos para tal estupidez.
Vuelve pronto.”
Soltó una risita entre dientes, rompiendo el papel en varios pedazos que fueron
arrastrados por la brisa nocturna. Sin embargo, se tomaría su petición en serio.
Muy en serio.
Arriba, en su dormitorio, Zheian se fue a dormir plácidamente. Pues aunque su
corazón no latiría en un buen tiempo (no podía abusar de la poción), aunque
su sentido del gusto estaría muerto en breve, aunque en la mañana no habría ni
rastro de la cálida sensibilidad de su cuerpo, ya había disfrutado bastante de esta.
Y disfrutaría más, estaba segura.
1. La redacción fluctúa de ritmo, debo mejorar eso.
2. Sicctore no es mío, es de una amiga genial que rulea, se shama Ró.
3. Por lo demás me gustó.
4. Y NO SOY BUENA CON LOS TITLES. :B